2 de abril de 2012

Tan frágil.


La escuálida línea que diferencia el no llegar del pasarse.
Las señales transparentes que te avisan de quién está y quién no está.
Ver que alguien te mira, pero durante las milésimas de segundo que dura tu parpadeo, gira la cabeza, se aleja y ya no te puede oir.
Esperar el tren cada día temprano, saber que estás en el andén contrario, escucharlo pasar a tu espalda y volver a casa, hasta mañana.
Estar toda la semana sufriendo y pendiente de las uñas y en un descuido en el que bajas la guardia, escuchar un click entre los dientes.
Aprender por fin, a apoyarte con un bastón de espuma y que lo deshaga una brisa.
Ilusionarte con algo tan bello como una pompa de jabón, resignado a recordar sólo un instante antes de que desaparezca.
Lo que quieres, lo que sientes, lo que necesitas, en realidad no le importa a nadie. Quien viene, pronto se va.
Una sonrisa, un guiño, una caricia en el brazo, una palabra escrita, un click. Hoy llega, regalado. Mañana ya no.
Todo lo bueno es tan sutil, tan confuso, tan fugaz, tan frágil...


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